Después de 12 años trayendo a Ibiza a bandas y artistas de talla mundial, Ibiza Rocks ha acabado. Puede que para siempre. El concierto de los Kooks del pasado martes puso el broche final al calendario de este verano y también, aunque nadie se lo esperaba, pone fin a más de una década de actuaciones dignas de la programación de cualquier festival internacional. Su promotor, Andy McKay se ha cansado de arriesgar su negocio. Porque, a pesar de que afirma respetar la normativa de ruidos -la música que sale del hotel no rebasa los 60 decibelios-, en realidad sabe que la incumple. Por tecnicismos. «Pero si me hacen una inspección me podrían cerrar. Es de locos».

«No es que algún político nos lo ponga difícil, es que la ley no está pensada para la música en vivo», explica. De hecho, no es un problema de las ordenanzas de Sant Antoni, es lo mismo en toda la isla: «No veo la forma de que nadie pueda programar legalmente conciertos en Ibiza». Porque las normas se han hecho pensando «en un pequeño discobar del West, no en una sala que acoge actuaciones internacionales y ni siquiera las grandes discotecas», dice.

Alternativas al limitador

McKay se queja de la obligación de instalar limitadores en los equipos de sonido, que es algo que «ninguna banda internacional está preparada para usar». En un concierto es inconcebible que la mezcla de la música se deje en manos «de una máquina» y, de hecho, estos grupos viajan con sus propios ingenieros para que el sonido sea inmejorable.

Pero no sólo eso. La normativa obliga a McKay a detallar la posición, potencia y modelo de cada altavoz del recinto. Eso incluye los amplificadores que trae cada banda para sus instrumentos, los monitores. Para cumplir con la ley, el mismo día del concierto McKay debería realizar un estudio acústico que le saldría por 4.000 euros y que sería «imposible» presentar a la Administración a tiempo.

El promotor lleva tiempo intentando trabajar «sin limitador» durante los conciertos. Asegura que, a cambio, se mide que el ruido que sale del hotel no supere lo permitido con un equipo «controlado por ingenieros», que es «el mismo que en cualquier concierto internacional a cielo abierto. Pero eso no parece aceptable».

No pide que se le exima de cumplir la ley, sino que se le permita hacerlo de otra forma, controlando las emisiones pero sin el odioso aparato. «Nadie ha sido capaz de asegurarme que no tendré problemas siempre que esté por debajo de los 60 decibelios y no estoy preparado para arriesgar más la licencia por contratar una banda cuando nunca he ganado dinero con ello», insiste. De hecho, ha llegado a perder 100.000 euros «en un sólo evento» y asegura que cada temporada de verano se salda con unos números rojos «de entre 200.000 y 300.000 euros» en el balance de caja de los conciertos.

Una alternativa sería tramitar una licencia de evento extraordinario, pero no quiere volver a llevarse la sorpresa de que «a una semana del concierto» se le deniegue el permiso, como ocurrió en agosto con Primal Scream. A pesar de que lo pidió con meses de antelación. «Necesito seguridad», recalca, porque contrata a los músicos «medio año antes del verano» y necesita la certeza de que podrán actuar cuando llegue la fecha. «Si hay dudas, no puedo contratarlos», añade. Y por su experiencia de años sabe que los permisos «siempre llegan tarde» en la isla, por eso pide «repensar la música en vivo en Sant Antoni y Ibiza».

Los ha mantenido porque eran una «marca única» -el suyo es «el hotel del rock en la isla»-, porque cree «en la cultura» y porque «es bueno tener actuaciones de talla mundial en la isla y a las bandas les encanta», en un listado que incluye a «algunas de las más grandes». Aunque sea ruinoso. «Una de las razones por las que sólo nosotros tenemos una programación estable en la isla, aparte de los conciertos subvencionados, es porque no se hace dinero», argumenta. Lo gana con las poolparties y los dj, que van «muy bien».

Ahí no tiene problemas al usar el limitador y «no hay riesgo». McKay lo dice con tristeza, porque buena parte de los conciertos que ha acogido la isla en la última docena de años los ha promovido él. «Quiero seguir haciéndolo pero es muy dificil, porque sin que nadie adapte la ley para nosotros estamos en peligro, y no arriesgaré todo nuestro negocio por detalles técnicos. Necesito saber que operamos dentro de la legalidad».