Culebrea entre los músicos, acerca sin miedo la cámara a un palmo de sus narices, se cuela entre la batería para, desde un ángulo insólito, inmortalizar a Tato Lee, un fiera con las baquetas. Pablo Kiaro, animal de escenario, se lo pone fácil, aunque no es sencillo seguir al indomable cantante, un potrillo salvaje, por el escenario de Can Jordi porque no para un momento. Incluso tropieza y se abre la cabeza, pero ahí está Joan F. Ribas para retratar cómo se levanta y, con una tirita en la frente y aún sangrando, cómo prosigue el espectáculo como si nada hubiera sucedido.

Es la noche del 9 de septiembre, inolvidable para quienes asistieron a ese concierto de Black Chicken & the Nutrios en el que, como en prácticamente todos los directos de la isla, Joan F. Ribas estaba presente para captar cada instante con su ligera Sony A7. Ribas no se pierde prácticamente un concierto de los grupos de rock y blues de Ibiza, cuyas fotos, a las que imprime su particular sello, cuelga luego en su página de Facebook o web (www.joanfribas.com). La mayoría de esas bandas reutilizan luego esas imágenes para promocionarse o para ilustrar sus propias páginas de las redes sociales, quizás porque Ribas sabe, como pocos, captar la épica del rock. La actitud.

Y no solo de la isla. El incalificable rockero Ángel Stanich ha escogido (y comprado) una foto que Ribas le tomó el pasado 23 de abril durante el Festival Sueños de Libertad. Con ella ha ilustrado el cartel de su fin de gira, un concierto que tendrá lugar el 21 de enero en la sala But de Madrid. Es una imagen espectacular en blanco y negro en la que Stanich aparece de espaldas mientras toca la guitarra. De fondo se adivina, entre el humo, al batería: «Stanich se fijó en una de las instantáneas que le hice durante aquella actuación y que publiqué en Facebook. Hace unas semanas se puso en contacto conmigo para decirme que tanto a él como a la productora le gustaba mucho esa imagen para el cartel de su cierre de gira en Madrid. Me la compraron. Una gran satisfacción», cuenta Ribas (nacido en junio de 1962), hombre de pocas palabras. Prefiere hablar con la cámara.

Fotógrafo al salir del trabajo

Por la mañana es administrativo. Pero al salir de allí se transforma: «Por la noche me convierto en fotógrafo». Comenzó a interesarse por la imagen hace 25 años: «Por circunstancias de la vida, por trabajo, por otras cosas, lo dejé aparcado. Aproximadamente en 2010 lo retomé a raíz de un cambio de trabajo que me permitía tener más tiempo libre. A partir de ese momento me enganchó mucho. Le cogí de nuevo el gusto a esto de la fotografía. Y me lo tomé más en serio».

Reinició su afición por lo habitual, por los paisajes, las puestas de sol, los objetos, los bodegones... «Pero llegó un momento en que me empezaron a interesar más las personas. Hace un par de años comencé a ir a Can Jordi y a retratar a los músicos que actúan allí. En ese bar se juntan dos de mis aficiones: la música y la fotografía». Can Jordi es el epicentro del rock y el blues de la isla, el Marquee de las Pitiüses, el bautismo de fuego para muchas bandas, un escenario al aire libre donde se siente el aliento del público, que salta y baila a un palmo de los trastes. «Empecé a hacer fotos allí, me gustó, disfruté... Las publicaba en las redes sociales y noté que gustaban. Y en Can Jordi, además, me acogieron muy bien, especialmente Vicent, su dueño, todo un personaje».

Cosas de la edad, le gusta el rock y el blues («a veces hasta la clásica») de Led Zeppelin, Supertramp, Doors, Rolling Stones, Neil Young... «Pero de los grupos actuales, los locales son mis favoritos, como Uncle Sal, The Frígolos, Windrose...». Quizás porque, pese a la juventud de sus integrantes, suenan como las bandas de los años 70 y 80. Basta, por ejemplo, con escuchar cómo Cristina Sainz, de Windrose, exprime su guitarra, las diabluras que hace con sus cuerdas.

Una cámara ligera

Siempre lleva encima su Sony A7, muy ligera, algo que le viene de perlas para el uso que le da: «Sus prestaciones son muy altas. Y tiene la ventaja de que pesa poco. Para llevar una cámara en la mano durante todo un concierto, dos o tres horas, es ideal por su ligereza». Usa mucho el gran angular, un 16-35. Y dependiendo del concierto, sobre todo si el escenario es grande, emplea un teleobjetivo 70-200, así como un difusor para el flash.

Entre un montón de fotos es fácil distinguir las de Ribas por cómo juega con la luz y las sombras, por el dramatismo que imprime en sus contrastes, por su uso del color y del blanco y negro, por el dinamismo. Sabe captar la actitud rockera, como se aprecia en las fotos que hizo a Sara, la bajista de Windrose, en el último concierto que dieron en Sant Rafel.

El uso que hace del flash y «el toque» que les da en la edición son, asegura, trascendentales a la hora de dotar de personalidad a sus imágenes, además de «disparar en diferentes velocidades» y de «buscar ángulos diferentes». Actitud y épica: «Los grupos dan mucho juego, generalmente. Las expresiones de los músicos, sus posturas, el mismo ambiente me lleva a buscar esos enfoques y perspectivas que reflejen lo que pasa allí. Cuando hago fotos en conciertos, mi idea es intentar transmitir lo que allí se vive, su fuerza». Eso sí, no con todos aprieta el gatillo hasta quedarse sin balas: «Me tienen que emocionar. Puedo hacerles fotos, sin más, pero no es lo mismo. Seguro que me salen bastantes menos y no tan espectaculares».

Aquel concierto de Black Chicken & the Nutrios está entre sus preferidos: «He visto muchos increíbles, pero aquel fue espectacular. Pablo Kiaro, además, lo da todo. Da juego. No es el único. Los Uncle Sal también, o The Frígolos». A su juicio, el rockero más fotogénico de Eivissa es Sandro, de Uncle Sal: «Le pone mucho corazón cuando canta. Se nota que la música le sale del alma. Pablo, de los Nutrios, también. Y Sophie, de Windrose, que es increíble». Sophie es la reencarnación pitiusa de Amy Winehouse, una voz de soul combinada con una presencia hechizante sobre las tablas.

En un bosque encantado

Las bandas le dejan meterse hasta la cocina en cada concierto: «No me suelen decir nada, me lo consienten todo. Todos son muy agradecidos. Siempre que les hago alguna foto me piden permiso o me mencionan. He conocido a muy buena gente en este mundo. Ni por asomo sabía hace dos años, cuando empecé con ellos, que había tantísimas bandas en la isla, tanta gente dedicada a la música. Y tan buenos. Me siento a gusto con ellos. Son muy sociables, enseguida te acogen. No noto, ni siquiera, distanciamiento por la brecha de edad».

En la actualidad expone en Coworking Ibiza unas imágenes bajo el título ‘El bosque encantado’: «Esa serie surgió hace tres años, en una época en la que me separé, tras 25 años casado. Tenía todo un lío en mi cabeza. Iba al bosque a despejarme, a pasear por él. Me llevaba la cámara y empecé a jugar con ella, a hacer desenfoques, movimientos. Me abstraía allí. Y también pensaba. De eso salieron esas fotos».

Ahora, entre concierto y concierto, entre sugerentes desnudos, imágenes gastronómicas y de hierbas, se ha embarcado en un proyecto para retratar a 53 personas a lo largo de este año. En este caso, sigue una máxima: «No hay nadie feo».