Siguiendo las flechas negras se llega al ´Muchismo´ de Cristina de Middel. Las flechas blancas conducen al ´A contracorriente´ de Joana Biarnés. Ambas en el Centro Cultural de la Villa, en Madrid. Ambas en PhotoEspaña 2016. Ambas impactantes. Ambas relacionadas con Ibiza.

Para la primera fue un lugar de paso, cuando del arte pasó al fotoperiodismo a la espera de quedarse en la línea del medio. La segunda escogió la isla como refugio de un fotoperiodismo que viraba al rosa y que había dejado del interesarle.

Así, en rosa, aparece su nombre en el gigantesco collage que preside la entrada a la exposición de la fotoperiodista catalana. Su nombre arropado por portadas del diario Pueblo, carnets de prensa y fotografías en blanco y negro de cuando los famosos posaban espontáneos. La mirada profunda de una Sara Montiel con beata mantilla y profundo escote. Palomo Linares a carcajada batiente mientras Sammy Davis Jr saluda con su montera, su capa y su estoque. Rocío Dúrcal pillada en un descanso del rodaje de ´Las Leandras´. Sonrisas y ojos alzados ante un Tom Jones de espaldas. Rudolph Nureyev aplaudiendo una pose de Antonio ´El Bailarín´. Ambos en chanclas y bermudas en el caluroso Madrid de 1971.

La voz de la propia Joana Biarnés parece salir del panel. Casi se la escucha. Aguzando el oído el visitante juraría que la oye explicar cómo ella y Massiel viajaron a París a escoger el vestido con el que actuó en Eurovisión en 1968: «Fuimos a Dior, pero pensé que era mejor Courrèges». No son fabulaciones del visitante. Joana Biarnés está hablando. Su voz sale de la pequeña y oscura sala en la que se proyecta un documental sobre su vida.

Una proyección en la que Biarnés explica lo mala estudiante que era, lo que le gustaba ver a su padre hacer fotos de deportes los fines de semana, cómo decidió matricularse en la Escuela Oficial de Periodismo, cómo uno de los profesores, Manuel del Arco, la puso a prueba enviándola, sabiendo que no soportaba la sangre, a hacer fotos a un matadero y cómo ese mismo profesor, al ver las impactantes fotos de matarifes despiezando sin piedad con un pitillo entre los labios, auguró: «Usted será buena reportera».

Una proyección en la que la catalana rememora las imágenes que captó de las tremendas riadas de Terrassa de 1962 y el momento en que tuvo que enarbolar su carnet de prensa en un campo de fútbol cuando la querían echar, simplemente, por ser mujer. A pesar de eso, Biarnés no hizo «ninguna concesión». Se mantuvo «muy femenina». Quería ganarse un sitio en la profesión siendo lo que era: una mujer. «Los principios fueron muy duros», confiesa la fotógrafa, una de cuyas frases se puede leer en uno de los muros de la muestra: «Cuando acabé periodismo me cerraron todas las puertas de los periódicos. Me decían... ´Hombre, es que una mujer... Esto no se había visto nunca´».

De las paredes del espacio cuelgan decenas de fotografías en blanco y negro. Todas ellas con una historia detrás. Algunas las desgrana la primera fotorreportera española en el audiovisual. Del concierto de Tom Jones (al que fotografió desde atrás destacando las caras de las entusiastas fans de las primeras filas) en Torrejón de Ardoz en 1969, recuerda la pícara broma que el cantante le hizo entre bambalinas, a raíz del nombre de una ginebra. Rememora las fotos «sin flash» en las fiestas de Lola Flores para no alarmar a los famosos, las cervezas tras fotografiar a los Duques de Alba en Ibiza, el momento en que una jovencísima Doña Cayetana le pidió una sesión de fotos bailando flamenco en casa o cuando Raphael (de quien fue fotógrafa oficial) le confesó que estaba enamorado de Natalia Figueroa. En la muestra, el de Linares aparece soplando las velas de una tarta de cumpleaños en la Plaza Roja de Moscú, en 1971.

Los Beatles, desde el baño

Destaca la historia agridulce de la visita de los Beatles a España. Los muestra tocados con monteras y con muñecas flamencas en las manos bajando por la escalerilla del avión a su llegada a Barajas en 1965. Quizás la imagen más recordada. Sin embargo, como ella misma explica, aquella no era «la foto», concepto que le había inculcado su padre: una imagen que destaca por encima de las demás y que, por sí sola, cuenta toda la historia. Biarnés explica que se embarcó en el mismo avión en el que los de Liverpool volaron a Barcelona y se encerró en el baño -desde donde captó a Paul McCartney y John Lennon charlando-, y se coló en la suite de su hotel. De ahí es la fotografía en la que McCartney se despereza frente a un espejo.

Esas fotos fueron «un fracaso total», según la propia fotorreportera, que recuerda en el documental que no se publicaron en Pueblo porque estaba prohibido. Salieron en la revista Hola: «Fue la exclusiva más importante y no cobré nada».

Las imágenes de la muestra llegan hasta mediados de los 70. Diez años después Biarnés pondría la tapa al objetivo de sus cámaras y las cambiaría por los fogones ibicencos. Tomó la decisión cuando vio que el periodismo que había aprendido y en el que ella creía no interesaba: «No iba a vivir de chapuzas, no iba a jugar a ser paparazzi. Hoy se termina Juana Biarnés».

El Ártico, la Luna y Mao

Esa misma decisión, alejarse del fotoperiodismo -«una literalidad y supuesta neutralidad que sobrepasaban y limitaban a la vez el potencial que yo le reconozco a la imagen»-, pero también del arte -«acabé rodeada de mensajes indescifrables en los que parecía haberse perdido la verdadera vocación que yo le reconozco al artista»-, tomó la fotógrafa Cristina de Middel (que trabajó en Diario de Ibiza) en 2012. ´Muchismo´, que precede a la muestra de Biarnés, es una recapitulación de su diccionario personal, una retrospectiva contada por ella misma, una forma de «airear» su almacén, su inventario independiente, «un conglomerado con misión propia».

Las impactantes imágenes se repiten en varios formatos y tamaños. Sorprende al espectador como sorprendió a la propia De Middel «la cantidad de repeticiones que han sido necesarias» para compartir sus historias. Historias que ha contado desde 2012 pero que datan, en realidad, de 1911.

Cuando unos exploradores intentaron descubrir «por segunda vez» la isla ártica de Jan Mayen. Cuando unos universitarios de Zambia trataron «de ir a la Luna y de allí a Marte con un sistema de catapulta». Cuando Mao «andaba decidiendo aún el color de la portada de un libro que se convertiría en el segundo libro más impreso de la historia». Cuando los inmigrantes «daban brincos» en Nueva York erigida «como epicentro de la libertad. Y cuando un niño de Nigeria «tuvo que esconderse en la maleza donde habitan todos los fantasmas y espíritus yorubas».

Así, las paredes de las salas se llenan de inquietantes fantasmas de tela con ojos de luz. De souvenirs de la estatua de la Libertad olvidados en un charco. De africanos con botas de cinta metalizada y peceras en la cabeza que sueñan con las estrellas y con ser astronautas (afronautas).

De mapas a ninguna parte con paisajes que nunca existieron. De Mao con peluca afro.

Imágenes, algunas, a las que acompañan textos emborronados en los que la fotógrafa sólo permite leer algunas palabras. Un juego en el que las letras dan sentido a la imagen. El sueño plácido de un niño, «la ausencia de monstruos»; la imagen de un desnudo femenino en una habitación abandonada, «alguien debe haber tenido un ardiente deseo»; una escopeta apuntando a un corazón de globos, «la gente del mundo que ama la paz son el enemigo»...