«¡Állos! ¡Állos! ¡Állos!...». [«¡Otra! ¡Otra! ¡Otra!...», en griego] El público, escaso pero muy entregado, pide una más a Eleftheria Arvanitaki. Es casi medianoche. Los focos del escenario de la vieja Comandancia se han apagado. Sobre él sólo quedan, ya en silencio, los instrumentos. Un taburete. Un par de atriles. Y, apoyado en uno de los altavoces, el ramo de flores que el conseller insular de Cultura, David Ribas, ha regalado a la artista que ha inaugurado el ciclo ´Nits de Tànit´. «¡Állos! ¡Állos! ¡Állos!...», continúa pidiendo el público, animado por los dos entusiastas espectadores griegos que claman desde la primera fila.

Han llegado pronto. Han entrado de los primeros. Y desde que la ateniense aparece sobre las tablas, envuelta en luz y humo, para interpretar ´Kratisou apo mena´ [´Aférrate a mí´], de su último disco, ´9+1 Istories´, dejan claro que están entregados. Cuando los primeros aplausos empiezan a desfallecer la llaman por su nombre, le preguntan, en griego, algo incomprensible para la mayoría de los asistentes. «El país, ya saben...», explica la cantante al público con una sonrisa antes de zanjar la conversación -«hasta aquí la charla»-, cerrar un momento los ojos y volver de nuevo a los sones del Mediterráneo oriental.

Y entonces sí. Entonces apenas hay interrupciones. Entonces la cristalina voz de Arvanitaki se hace un hueco entre el público. Una voz conocida para algunos, pero una voz recién descubierta para otros. Una voz que comienza tranquila, suave pero potente, con varios de sus temas más melódicos. Cautivadores. Seductores.

«´Quédate´»

Una placidez que pasadas las once de la noche se transforma. Cobra vida. Gana ritmo. Los focos tiñen el ambiente de rojo y morado y Arvatinaki se suelta. Explica al público que algunas canciones son de hace décadas. Sonríe cuando sus compatriotas corean con énfasis sus temas. Cuando bailan. Cuando hacen oscilar sus brazos por encima de sus cabezas. Anima a los asistentes a marcar el ritmo con las palmas. Y a chascar los dedos.

Incluso va más allá y les pide que canten. ¡En griego! Una risa por lo bajini recorre las butacas. Pero ella insiste. Sólo tienen que repetir tres palabras, «edo na meineis» [quédate], en el estribillo de la canción homónima. Y en ese momento Eleftheria Arvanitaki descubre que al público ibicenco no se le dan bien ni el griego ni la afinación. Ríe, se lleva las manos a la cabeza y, cabezota, vuelve a intentarlo. Hasta en tres ocasiones.

Las risas compartidas entre cantante y público continúan cuando la cantante, en inglés, adelanta que se va a atrever en solitario y en castellano con el ´Mírame´, de Javier Limón, que habitualmente canta con Concha Buika. Los asistentes aguzan los oídos, agradecidos, y se rinden a la pieza, una de las más aplaudidas de la noche, que continúa con temas de antaño -«éste es de un compositor de hace mucho», «éste es aún más antiguo»-, solos de algunos de los cuatro músicos que la acompañan y una canción a capella que transporta a los asistentes a las costas griegas. El encanto se mantiene con la melancólica ´Meno ektos´ [´Me quedo fuera´]. Seguramente, pocos de los presentes entienden la letra, pero todos parecen comprender el dolor del que habla. Un dolor que se esfuma con la intensa percusión y los primeros compases de la conocida ´Dinata´ [´Fuerte´ o ´Posible´, depende de las traducciones]. Toca levantarse. Seguir el ritmo. Cantar. Gritar. La música se acaba. Todo el mundo continúa de pie. «¡Állos! ¡Állos! ¡Állos!...».