S'Embarcador del Bisbe con sa Canal al fondo de la imagen.

Un obispo del siglo XVIII desembarcando de un llaüt en el pequeño embarcadero de una extensa playa desierta, puede conjeturarse que con sótana negra y un gran crucifijo de madera sobre el esternón, es una escena que bien podría haber salido de la pluma de Stendhal para 'El Rojo y el Negro'. Pero es la estampa que debía ofrecer el obispo de Ibiza, en el año 1784, desembarcando en el pequeño muelle que se encontraba en el extremo más al sur de la playa de sa Trinxa, más conocida en la actualidad como ses Salines, en el lugar en el que la arena da paso a un litoral rocoso. Hoy, en ese mismo lugar y frente a lo que antaño era un simple chiringuito, sigue habiendo un muelle; una hilera de bloques de cemento y una pasarela de madera que, en ocasiones, sólo se coloca en su lugar cuando llega el verano.

Cuentan que desde aquel día en el que el primer obispo de las Pitiusas, el benedictino Manuel Abad y Lasierra, lo escogió para desembarcar, a su regreso de la isla de Formentera, aquel apartado lugar comenzó a llamarse 's'Embarcador del Bisbe'. Y si el obispo lo usaba era para evitar los temporales en el paso de es Freus, haciendo el viaje desde sa Trinxa hasta s'Estany des Peix y a la inversa.

Aunque existen dudas de si fue el primer obispo o si fue ya alguno de los posteriores quien usara ese aislado muelle para sus viajes entre las Pitiusas, lo cierto es que la historia se ha conservado asociada a Abad y Lasierra, quien visitara Formentera con relativa frecuencia durante el poco tiempo que estuvo en las islas, y a la iglesia del Pilar de la Mola.

Abad y Lasierra, dos años después de que se creara la diócesis, visitó la Mola aquel año 1784, cuando el templo estaba casi acabado, lo bendijo y ofreció la primera misa en él. Al parecer, según recoge Joan Marí Cardona en el libro 'Formentera', la iglesia aún no tenía santo ni virgen a la que encomendarse y fue este obispo, aragonés de nacimiento y sentimiento, quien propuso dedicar la nueva parroquia en la planicie de la Mola a la Virgen del Pilar. Tal era su devoción a la que hoy también es patrona de la Guardia Civil que, al morir, Abad y Lasierra fue enterrado en el panteón de los canónigos de la catedral de Zaragoza, bajo el altar de la Pilarica.

Iglesia de la Mola.

A los habitantes de la Mola les costó dos décadas conseguir una parroquia propia para no tener que trasladarse a la que entonces ya existía en Sant Francesc y que ellos mismos, pobladores de la zona alta de la isla, también habían ayudado a construir. Asistir a los oficios religiosos, en aquella época, suponía una auténtica peregrinación desde Dalt hasta Baix. En 1760, cuando el obispo visitador Juan Lario estuvo en la isla, los vecinos le hicieron saber que querían una iglesia y que ellos la construirían si se les enviaba un vicario. Lario no contaba entonces con las competencias necesarias para hacer promesas, pero no se olvidó de Formentera al ser nombrado arzobispo de Tarragona y regresó, en 1771, para echar cuentas. Y, tras reunirse con los vecinos, les prometió nombrar un vicario en cuanto ellos hubieran levantado el templo. Las obras no tardaron en iniciarse, pero fue ya Abad y Lasierra quien nombró a Joan Palau Gegant como vicario de la nueva parroquia pitiusa con advocación zaragozana. A su regreso a Ibiza, al sortear es Freus para desembarcar de un llaüt en la playa de sa Trinxa, como en una escena de Stendhal, el obispo proporcionó al embarcadero un nombre hoy olvidado que tal vez valdría la pena recuperar.