María Bofill quería ser astrónoma, pero ha acabado excavando en el desierto de Siria a 50 grados a la sombra. Antes miraba con asombro las estrellas, en parte por la influencia de Chus Palomeque, profesora de Química del instituto Sa Blanca Dona, y en parte por su tío, José Luis Bofill, presidente de la Asociación Astronómica de Ibiza. Pero a esta doctora en Arqueología prehistórica le fascinan ahora los instrumentos de molienda del neolítico, sobre los que ha escrito una tesis (cum laude) de larguísimo título: ´Inicio y consolidación de las prácticas agrícolas durante el neolítico en el Levante mediterráneo (septentrional y central): el proceso de molienda y trituración a partir del análisis funcional del instrumental macrolítico´. Investigadora postdoctoral del departamento de Prehistoria de la Universitat Autònoma de Barcelona, forma parte del Grup de Recerca Arqueològica en el Mediterrani i Pròxim Orient que dirige Miquel Molist, catedrático de Prehistoria de la UAB, una eminencia en esa materia y mentor de la ibicenca.

Un libro sobre arqueoastronomía (estudio de los yacimientos arqueológicos con función astronómica, como Stonehenge) que acabó en sus manos le cambió la vida. De querer conocer los secretos de los agujeros negros pasó a investigar los cambios que supone el surgimiento y la consolidación de las prácticas agrícolas en el Levante mediterráneo a partir del análisis de una parte del proceso agrícola: la molienda y la preparación de los plantas para su consumo. En el período que estudia, el neolítico, «las comunidades humanas del Próximo Oriente experimentan y consolidan nuevas formas de producción de alimentos, como la agricultura y la ganadería, así como nuevos patrones de ocupación del territorio (hay poblados sedentarios cada vez más grandes) y nuevas formas de organización económica y social. Es, asegura, un paso fundamental en la evolución humana: en cuatro milenios (10200-6000 a. C.) el hombre crea un nuevo sistema socioeconómico que marcará el desarrollo de las comunidades siguientes del Próximo Oriente y, posteriormente, también del continente europeo.

La mayor parte de sus investigaciones las ha realizado en yacimientos sirios: el principal ha sido el de Tell Halula, cerca de Membij, pero también ha estado en los de Tell Aswad (situado entre Damasco y su aeropuerto); Jeef el Ahmar, en el Valle del Éufrates, y Chagar Bazar, en Hassake, algunos tomados por Daesh. Allí llegó por primera vez en 2007, tras acabar la carrera de Historia en la UAB: «Estaba haciendo planes, contactando con profesores de Mallorca para hacer la tesis sobre Balears, cuando Miquel Molist me ofreció trabajar ese verano en un yacimiento de Siria. Allí me quedé pasmada y alucinada con la arqueología neolítica del Próximo Oriente. El yacimiento es increíble, de los más espectaculares de ese periodo por su buena conservación. A los pocos meses me concedieron la beca prodoctoral, lo que me dio cuatro años de estabilidad para poder sacarlo».

En Siria de 2007 a 2011

En condiciones extremas de calor, entre agosto y septiembre, allí analizó «el avance tecnológico que supuso domesticar las especies de cereales y leguminosos para su cultivo y consumo por primera vez en el neolítico a partir del estudio de los instrumentos, de las estructuras y de los espacios de trabajo que se utilizaron para llevar a cabo ese proceso». Ella se centró en «los procesos de molienda y trituración con los molinos manuales de vaivén y los morteros de piedra utilizados en la molienda de las plantas para su consumo humano», piezas enormes de hasta 50 kilos de peso labradas en rocas macizas de basalto o pórfido, en su mayoría.

Aterrizó en Siria con 22 años y se fue de allí, deprisa y corriendo, con 27: «Hasta 2011 sentía que Siria era mi segunda casa». La guerra trastocó sus planes y la separó de muchos amigos». En 2011, en vez de ir en verano, Molist decidió excavar también en primavera en el yacimiento de Membij, entre Alepo y Raqqa, aprovechando parte del dinero que les sobró de la campaña de 2010. Las protestas comenzaron en marzo en Daraa, cuna de la rebelión, y aumentaron su intensidad en abril, cuando ya estaban allí: «Directamente no sentí peligro en ningún momento. Era mayor la preocupación que percibíamos de nuestras familias y de la Universitat que lo que estábamos viviendo. Nuestro representante sirio nos recomendaba que tuviéramos cuidado los viernes, que no nos aproximáramos a las mezquitas. Miquel Molist vio que se complicaba todo. Faltaban 10 días para volver pero nos dijo que en dos lo termináramos todo, por si acaso. Antes de Sant Jordi estábamos de vuelta en casa».

En esos momentos imaginaron que en breve podrían recuperar la ropa, los ordenadores y el material que dejaban atrás, tanto en Tell Halula como en Chagar Bazar, cerca de Hassake, al noreste, en la zona kurda: «En Chagar Bazar -explica la ibicenca- tenemos una casa de excavaciones que ha sido tomada como cuartel general por los peshmerga (combatientes) kurdos. Allí han quedado ordenadores del equipo y materiales. Las habitaciones donde dormíamos están ocupadas por los soldados, que están respetando los almacenes de material. En Tell Halula se mantiene la casa, donde vive una familia. De momento no la han tocado». En 2011 había, aproximadamente, 180 equipos que excavaban en Siria.

Útiles «poco resultones»

Sobre su especialidad, explica que tiene sus pros y sus contras: «A pocas personas les ha interesado el tema de los útiles para la molienda. Es un material poco atractivo. Estéticamente no son muy resultones, pero aportan mucha información económica porque a través de ellos se puede saber cómo procesaban la comida. Tiene una parte buena: hay poca gente que se dedica a esto. Ahora me llaman de bastantes sitios: he estudiado materiales de Mallorca, ahora me voy con un proyecto europeo a Grecia...». Otra parte mala es el volumen de los molinos: «Raro que no haya terminado la tesis con una hernia discal. Hay molinos que pesan hasta 50 kilos».

Un molino bajo el microscopio

Por ese motivo, no tiene más remedio que desplazarse a los yacimientos para estudiarlos: «No me los pueden enviar por correo». Y ahí surge otro problema: «Para obtener más información estudio las trazas de uso, que hay que analizarlas con microscopio. Pero estos aparatos están hechos para ver muestras pequeñas, no esas moles. ¡Mete un molino bajo un microscopio! De algunos, los más fragmentados, cogió pequeñas muestras con un cincel. Para otros, su padre, Javier, un electricista manitas, le ayudó a encontrar una solución: «Cogimos la óptima de un microscopio y la colocamos en una estructura de tubos ultraligeros que se pudiera colocar sobre un artefacto de grandes dimensiones y que, además, fuera desmontable y adjuntara una cámara».

Un siglo de retroceso

La situación por la que atraviesa Siria le resulta «muy dolorosa»: «Siento mucha tristeza. Tengo amigos que han perdido familiares en la guerra. Si allí eres chico, menos de 40 años y no estudias, vas a la guerra. A través de Miquel Molist algunos han conseguido salir del país con permisos para estudiar en Barcelona o Europa». Sus amigos y familias sufren problemas de abastecimiento: «A veces se pasan la mitad de los días de invierno sin electricidad. Los precios están por las nubes. En cinco años han retrocedido un siglo. Los jóvenes creen que no tienen futuro. Podrán licenciarse, pero cuando acabe la guerra todo estará devastado».

También le resulta amargo comprobar cómo se está comportando Occidente con los refugiados, a los que trata como indeseables: «Siria es una sociedad muy solidaria que ha ayudado a iraquíes y palestinos. No nos ponemos en su lugar. Aman su país. Si no fuera porque atraviesan una situación de emergencia, por nada del mundo abandonarían Siria».

María Bofill volvería allí «en cuanto fuera posible». Asegura que solo puede decir «cosas buenas» de los sirios: «Nunca he tenido ningún problema en Siria, todo lo contrario. Cuando pienso en ellos solo me viene a la mente las palabras hospitalidad, amabilidad. Dan lo que sea para ayudarte si está en su mano.

Me sentía allí más segura que en medio de Barcelona». En Siria viajaba sola de yacimiento en yacimiento: «Llegaba al aeropuerto de Damasco, cogía un autobús hasta Palmira, de allí me iba a Alepo, para después cruzar hasta Líbano, siempre sola. Cuando me veían un poco perdida venían enseguida a ayudarme, pues canta como una almeja que soy extranjera. Allí dan hospitalidad, generosidad, amabilidad máximas». Es más, afirma que si no hubiera sido por las familias que conoció «no habría podido acabar la tesis ni en seis años».