Lo del verano ya lo tenemos asumido: contaminación acústica por doquier, pues vivimos prácticamente dentro de una discoteca, rodeados de estruendo, bum bum bum sin tregua para nuestros sufridos oídos. Y hay que aguantar, eso nos dicen, en nombre de la economía. Pero llega el invierno, y dada nuestra encomiable paciencia, debería llegar con él un merecido descanso. No obstante, conduzco por la isla, y me cruzo constantemente con vallas publicitarias que me miran fijamente, una tras otra, gritándome ad nauseam que no me haga ilusiones. Todas las discotecas están ahí (¡Amnesia! Ushuaïa!, ¡Pacha!?) anunciando closing parties de una fiesta u otra (¡La Troya! ¡SWAG! ¡Garden fo madness!), con fechas de hace cuatro meses, con largas listas de nombres de djs muy conocidos en su casa, agradecimientos a sus incondicionales por un verano increíble (thank you for an amazing summer!) y también la promesa (=amenaza) inevitable que nos hace palidecer (see you next summer!) etc. La isla está llena de carteles recordándote siempre todo ese ambiente que te fastidió el verano pasado, y que sabes que está ahí, acechando a la vuelta de la esquina para reventarte el próximo.

Por eso, desde estas humildes líneas pido a todos los empresarios que toman prestada, por no decir nos arrebatan, nuestra isla para forrarse en verano, que tengan compasión de nosotros, y tapen los puñeteros carteles durante el invierno. Asimismo, aprovecho estas líneas para rogar a los responsables del Hotel Hard Rock que apaguen su enorme pantalla durante los meses fuera de temporada. Por favor, déjennos descansar, a nosotros y a la sufrida fauna del Parque Natural. Reivindico nuestro derecho a una cosa que, desgraciadamente, escasea en esta isla: noches tranquilas y oscuras, libre del machaqueo discotequero y visual.