Sí, nos han derrotado. Y es verdad, la derrota nos ha salido cara a docentes, alumnos y padres. Este sentimiento está ahí, es ineludible, pero, por contra, hay algo que quizá ellos no entiendan, y es que la huelga me ha devuelto el orgullo de ser profesor, y eso, señores del Govern, aunque ustedes sean incapaces de valorarlo, eso no tiene precio. Porque cuando vuelva a clase, mis alumnos percibirán que quien les habla ha recuperado la dignidad, sabrán que quien a veces se enfada con ellos ha apostado por que la enseñanza pública detenga su camino hacia la degradación. Sabrán, porque lo habrán aprendido (todos lo hemos aprendido) que es en los conflictos donde afloran las mezquindades, los egoísmos, los silencios interesados, pero también la solidaridad, ese valor que cuando se comparte con los demás compensa sobradamente los sufrimientos de la lucha.

Nos han derrotado, pero cuando a partir de hoy hable, o tan solo cruce una mirada con un padre, este tendrá la seguridad de que el profesor de su hijo, con sus aciertos y equivocaciones, no se contentará con impartir esos conocimientos fríos y mecánicos que tanto gustan a los que ahora nos gobiernan y que enmascaran tras lo que llaman ´esfuerzo´. Esos conocimientos exentos de crítica que aborregan la mente y hacen a las personas serviles y fácilmente moldeables. No, él a partir de hoy confiará, porque en esta huelga ha puesto a cada uno de nosotros en nuestro sitio y todos de alguna forma hemos quedado retratados, en que este profesor contribuya a reforzar la personalidad de su hijo, que le dote con instrumentos propios capaces de analizar eso tan complejo que llamamos ´realidad´, que le imbuya de los valores que hagan una sociedad menos autoritaria y más justa.

Por todo esto, señores del Govern, les digo que, aun sin pretenderlo, han hecho emerger de este caos impredecible una conciencia colectiva, una marea latente que les perseguirá de aquí al final de la legislatura y más allá. Les vaticino que el verde será el color de sus sueños y hasta el de sus despertares. Les perseguirá en todos sus actos hasta que, hartos de buscar argumentos imposibles, concluyan que sus decisiones venían dictadas por ideas preconcebidas más cercanas a las vanidades del poder que a criterios pedagógicos.