Señora Elena Llorente: después de leer sucarta en el Diario, le confieso que si digo sí a la huelga de profesores quizás sea porque mi hijo es profesor. También puede que sea porque creo en una educación pública y de calidad para todos. Ese pilar del bienestar está ahora más en peligro que nunca.

Como decía, mi hijo es profesor, y a la familia nos costó mucho que pudiera ir a la Península a estudiar para cumplir su ilusión laboral de toda la vida. Por suerte (la que no tendrán muchos que ahora estudian, si esto sigue así) ha podido ejercer durante varios años, sus alumnos le aprecian y él se desvive por ellos, intenta siempre ofrecerles lo mejor de él, ahora incluso en clases de más de 35 adolescentes (como antaño).

¿Sabe usted lo complicado que debe ser hacer que adolescentes inquietos aprendan? ¿Cree que eso no merece unas adecuadas vacaciones? Dice usted que pagadas, pero mire: le diré que mi hijo, al ser interino y no tener plaza fija (y como él cientos), desde hace dos años ya no cobra las vacaciones aunque trabaje durante todo el curso.

Habla usted de los profesores que sí tienen plaza fija (funcionarios) como unos privilegiados. ¿Cree que les regalaron su plaza? Mucho esfuerzo hay detrás de esa plaza, que usted desprecia. No intento convencerla, solo intento que vea que la mayoría de profesores hay pocas cosas que quieran más que a sus alumnos, es una profesión muy vocacional y muy noble, así como una de las más importantes para una sociedad, por lo que lo último que desea un profesor es hacer daño a los estudiantes.

El profesorado lucha por sus derechos (sí, no se lo negaré), pero también por los de su alumnado como le decía, para que el día de mañana una madre humilde de clase trabajadora pueda tener un hijo profesor y una hija farmacéutica, gracias en parte, a una adecuada política de becas del Estado, esas becas que ahora injustamente desaparecen.