«Vivimos de esto». Puesto que con esta frase se suele justificar cualquier comportamiento en esta isla, nos permitiremos hacer un par de reflexiones al respecto. Imagínense si alguien nos dijera que la manera de alimentar a sus hijos y a sí mismo es la de incitar al consumo abusivo de drogas y alcohol: nuestro rechazo sería casi unánime, y decimos ´casi´ porque los dedicados a este trabajo enseguida argumentarían que gracias a dicha actividad se aprovechan muchas familias, contribuyendo así al descenso del paro: el bien social por encima de la ley. No, señores, eso es delito, y lo es porque atenta claramente contra la salud: la salud de quien las ingiere y la salud mental de nuestros hijos que pueden llegar a considerar como normal la cotidiana degradación de las personas afectadas.

Imagínense de nuevo que un empresario monta un negocio cerca de tu casa, pongamos por caso un café-concierto, que provoca contaminación ambiental, quedando demostrados sus efectos nocivos sobre toda la zona. Denunciado y llevado ante el juez alega en su defensa que en la isla «vivimos de esto». Nadie, por muy mermado que esté en sus facultades mentales, puede pretender salir impune con semejante argumentación. A no ser, es verdad, que de tanto repetirla, y de tanto ser oída en boca de personas de toda índole, pueda llegarse a la firme convicción de que ciertas actividades están exentas del cumplimiento de la ley por el solo hecho de reportar un beneficio económico.

Pero no, señores: nada en los códigos legislativos, tampoco en las ordenanzas, relaciona la productividad con el grado de cumplimiento de una norma.

Si la actividad contamina, si perjudica a un solo ciudadano –no es cuestión de número– ésta debería cesar o ser reconducida de forma que se ajuste a lo legalmente establecido.

«Vivimos de esto». Mágica frase utilizada sin sonrojo incluso por los que nos gobiernan. Aquellos que deben velar por el cumplimiento de la ley parecen, atendiendo a sus propias declaraciones, hipnotizados por estas tres palabras. Queremos que vengan personas –dicen– y para que vengan debemos ofrecerles esto, y esto otro, y aquello y lo de más allá… Y aunque nos produzca malestar, enfermedad o un mal ejemplo para nuestros hijos, debemos ser comprensivos puesto que, ¡atentos!, «vivimos de esto»: expresión que les vale tanto para disimular incompetencia, ocultar intereses inconfesables o acoger ideas de una mezquindad absoluta.

Es triste contemplar cómo retuercen argumentos imposibles sin apenas ruborizarse, cómo aplican arbitrariamente las normas dependiendo de quién las infringe, cómo literalmente mienten para convencernos de que la situación degradante de todos los veranos –no por siempre repetida, menos bochornosa– es un precio ineludible que debemos pagar puesto que, claro, por si acaso todavía no nos habíamos enterado: ¡vivimos de esto!

Aun así nos atrevemos, si nos lo permiten, a hacernos la siguiente pregunta: ¿podríamos vivir y al mismo tiempo hacer cumplir la ley? Inmediatamente surgirían voces negando esta posibilidad. ¡No!, nos dirían los más interesados, aquellos que han encontrado un filón contraviniendo sistemáticamente las normas: ser unos talibanes nos llevaría a la ruina más absoluta. ¡No! Es el turismo que necesitamos, además no hay otro, nos anunciarían algunos con sobrecogedor fatalismo.

Y sin embargo muchos estamos convencidos de lo contrario. Sabemos que haciendo cumplir la ley, sí, de acuerdo, algunos negocios deberían desaparecer y otros adaptarse, pero otros tantos también emergerían –que nadie niegue la capacidad emprendedora de esta tierra– y no les quepa duda a estos agoreros de que nuestros hijos seguirían comiendo, con la diferencia de que ahora les podríamos ofrecer un futuro más limpio, una prosperidad cimentada en el respeto a la ley, un pueblo, en definitiva, en la que todos, y no solo ustedes los gobernantes de Sant Antoni, nos pudiéramos sentir orgullosos.