El señor Germán León Pina escribe un artículo en Diario de Ibiza quejándose del ruido insoportable que, a su parecer, y con la connivencia de ayuntamiento, padece San Antonio. Ruido, lo que se dice ruido, lo hay, no hace falta ser notario para advertirlo; es más, los que nos ganamos el sustento en los locales que parecen provocarlo con tal estruendo (los cafés concierto) y que él se permite señalar, es decir, los que día a día tenemos que trabajar con la incertidumbre de cómo será la temporada turística y los ingresos que ésta nos reportará y preocuparnos por si serán suficientes (es uno de los inconvenientes de no ser funcionario y no tener garantizado un trabajo a perpetuidad, al que nos enfrentamos la mayoría de los trabajadores de la isla, en mi caso, agravado por la torpeza de haber formado una familia numerosa con cuatro hijos), rezamos para que ese ruido que a algunos tanto parece molestarles se alargue en el tiempo unas semanas más, lo necesario para garantizar esos ingresos mínimos que nos permitan sobrellevar el duro invierno que se avecina.

El señor Germán León Pina es funcionario y goza de unas prebendas de las que los demás ciudadanos carecemos y es posible que esos derechos le hagan valorar con un criterio diferente lo que otros ciudadanos también padecemos (yo, que no soy sordo, también sufro ese ruido; lo padezco en la playa, en nuestras carreteras colapsadas, en los supermercados, me llega en forma de canciones machaconas desde un hotel cercano a mi vivienda, al pasar junto a las discotecas, e incluso, en las celebraciones de triunfos deportivos no tan lejanos). Hay ruido, es cierto, y ante lo que ya parece un revival de aquella antaño denostada canción del verano, ya tenemos la carta de este verano sobre el ruido, esta vez escrita por alguien a quien se le presupone, más allá de sus convicciones ideológicas (¿qué tendrá que ver ese ruido o la limpieza con lo que uno piensa y a qué matizar las inclinaciones políticas del que en este caso se queja, cómo si eso tuviese mayor o menor incidencia sobre el tímpano, los ojos o el comportamiento?), cierta capacidad de análisis y el criterio suficiente como para, a estas altura de su trayectoria profesional, haberse dado cuenta de que ha elegido un destino turístico para vivir (leyendo el inicio de la misiva, «siendo notario de la turística villa de Portmany», no puede escudarse en desconocer ese hecho a mi parecer básico) y que eso conlleva consecuencias negativas que nos afectan a todos, por supuesto, y pese a ser notario, a él también, pese a que imagino que no vive en un piso en el centro del West End. Cosa distinta le acaecería de haber elegido para montar su negocio y lucrarse con muchos de sus clientes, que a su vez viven de ese turismo ruidoso, el desierto de Nubia o las frondosa selva de Borneo; allí, su negocio hubiese resultado posiblemente bastante menos rentable, pero eso sí, muchísimo más silencioso.

Dado que hemos comenzado el mes de agosto con casi 8.000 parados en la isla y el ruido es sinónimo de actividad y negocio, seamos todos un poco más transigentes y humildes y cuidemos lo que, pese a que algunos todavía no se hayan enterado, nos da de comer a la inmensa mayoría de los ciudadanos que aún tenemos la suerte de trabajar (ya llegarán con su crudeza extrema los datos del paro del mes de octubre, y con ellos ese silencio que algunos tanto anhelan se apoderará de los negocios y de las calles; del suyo –y me alegro por él– no).

El señor Germán León Pina arremete contra el ayuntamiento, los cafés conciertos, hace una descripción apocalíptica de San Antonio (¿acaso no se paró él a pensar cuando firmaba tanta escritura de compraventa a dónde nos iba a llevar la masificación que padecemos?), nombra a Aristóteles y habla de demagogia. Demagogia es nombrar a la judicatura cuando es precisamente la interpretación laxa y garantista que hacen los jueces de la ley lo que ha convertido a nuestro país en el paraíso de la delincuencia internacional. Esto lo saben todos los ciudadanos que, atónitos, padecen dicha delincuencia y contemplan cómo los delincuentes campan a sus anchas, y lo saben perfectamente los policías que día tras día detienen a los mismo delincuentes; lo saben los concejales del Ayuntamiento, que se ven incapaces –y me consta que no por falta de voluntad– de acabar con ese tipo de delincuencia (robos, menudeo, prostitución, venta ambulante). Pero el único que no parece enterarse es el señor notario. No obstante, veo en esta denuncia de quien ostenta, por merecida oposición, delegada por el Estado, la fe pública extrajudicial en la villa, un acto sincero por hacer la ciudad un poco mejor, gesto que respeto profundamente y hasta aplaudo. Y siendo como soy de un natural noble y poco desconfiado, no quisiera entrever que tras esa denuncia pública pudiese subyacer alguna intención espuria, un atisbo mercantil inconsciente de que tras los pingües beneficios que ha dejado en las notarias el ladrillo, ya en evidente franco retroceso, viese en el requerimiento del levantamiento de un sinfín de actas notariales para denunciar dichos ruidos, una nueva e incipiente fuente de ingresos o una simple pataleta por la actuación de la Policía contra esa fiesta que organizó una ilustre vecina y a la que él parece ser que asistió con tanta alegría y predisposición. No sé, dudo, y tal vez en el origen de su misiva sólo subyace la frustración por que los vecino de tan ilustre dama no tuviesen la célebre ´Garota de Ipanema´ entre su repertorio de canciones favoritas o la minina brasilera emitiese constantes gallos. De ser así, la carta del señor Germán León Pina estaría repleta de mucho ruido y pocas nueces.